La hazaña lograda ayer por la velocista Marileidy Paulino, que ha hecho sonar nuestro Himno Nacional en el podio de los Juegos Olímpicos, agiganta en cada dominicano el amor por la patria y la emoción de haber nacido en esta tierra.
La muchacha nacida en Don Gregorio escribió ayer una página de gloria en la historia de esta nación, y es la responsable de la explosión de algarabía que se desató en cada rincón de la república en el momento en que cruzó la meta, y que se multiplicó después en las redes sociales y en todas las plataformas digitales que retuvieron esa épica carrera.
La alegría que nos embarga a todos reitera la situación ya vivida en otras ocasiones cada vez que un dominicano obtiene un resonante triunfo; es un hecho deportivo que une al pueblo en un solo haz, identificado como una sola nación, sin distinción de banderías ni diferencias sociales.
Una epopeya como la que vivió ayer Marileidy tiene como consecuencia que el hombre de estas tierras echa a un lado cualquier vicisitud de su diario trajinar y se detiene a expresar su sentir, su idiosincrasia, su legítimo orgullo de ser dominicano.
Aparecerá el que estime exagerado este sentimiento que ha brotado en toda la colectividad, y el que no nos conozca hasta lo atribuirá a una trasnochada mentalidad insular, pero es obvio que por no tratarnos de cerca seguramente ignora que existe lo “dominicano” y un “alma nacional”, ese incontenible ímpetu que aflora cada vez que algún criollo reafirma ante los ojos del mundo, como Marileidy, que la República Dominicana es auténtica y grande.
Valoramos a esta campeona del mundo por su dedicación, por su entrega, por representar el mejor de los ejemplos para una juventud que necesita referentes, por demostrar que el trabajo y el esfuerzo, los ideales y los valores representan el mejor apoyo para emprender el camino del triunfo, y por ratificar su inquebrantable espíritu ganador.
Ahora solo resta esperar que Marileidy regrese a la patria para recibirla como ella se merece, envuelta en la bandera que ha sabido poner en alto, la misma enseña tricolor que nos identifica como un pueblo laborioso y seguro de su destino, y que nos representa en cada victoria, en cada desafío superado con constancia y esmero, y en cada proeza ejecutada por un dominicano.